Recorriendo [l i b r e]

En cuanto comenzó a reirse del tropezon de Madison sus piernas se aflojaron también y cayó sentada al suelo, haciendo un desparramo de hojas secas por todas partes. Entonces la carcajada fue imparable.
- ¿Puedes creerlo? - decía entre risas espasmódicas, trastornada -, nadie controlaba lo que había allí, ni yo recuerdo las cosas que guardaba, que seguramente allí deben seguir, pero era... quizá demasiadio para mi edad. La última vez que estuve en esa casa tendría...¿Catorce?
No podía para de reirse y de decir estupideces.

Al ver caer a Brooks al suelo mi carcajada fue inexplicable. Ahora el piso estaba arriba y el cielo estaba bajo mi... ¿espalda? Wow, esa cosa era de verdad increíble, hacía que nada te importe y que nada tuviera sentido.
Intenté acercarme a mi compañera, si es que la podía llamar así, pero lo único que conseguí fue arrodillarme a duras penas. De todas formas, no tuvo sentido porque volví a caer, pero esta vez hacia adelante quedando a un escaso metro de ella.
-¿Sabes?, yo casas tuve muchas pero... ¿hogar? pff, -tomé aire como pude- esa palabra no está en mi diccionario.

Y las carcajadas iban en aumento, Madison acababa de caer de nuevo y Raissa estaba tentadísima de la risa. Acostaba como estaba, boca arriba, todos los colores del cielo empezaban a fundirse a sus ojos, el balanceo de los árboles era algo demasiado exagerado, estaba segura de que no se movían de aquella manera en realidad, y todo estaba tan... tan colorido. El cielo y la tierra parecían fundirse, ya no había horizonte, ya no existía más nada, sólo una gran masa que les rodeaba de manera circular. Cierra los ojos sin parar de reirse, comenzaba a faltarle el aire y no tardo en surgir algo nuevo: ahora tenía hipo.
- ¿Hogar?¿Que..es...eso? - dice, hipando -. Vivir só..la y rodeada de de..sconoci..dos es básicamen..te lo mis..mo. Somos muy pareci..das por lo vis..to - concluye, riendose demencialmente de sus palabras y de su hipo.

Me arrastré hasta el troco como pude, y me senté en el suelo usándolo de respaldo. Supuse que el estómago debía estar doliendome, pero no sentía nada, esas setas bloqueaban casi todos los sentidos y no daban lugar a razonar.
En ese momento sólo existían nuestras múltiples carcajadas y, por su puesto, nosotras. Respiré hondo otra vez para recuperar el aire y tiré mi cabeza hacia un costado.
-¡¿Viste eso?!- grité levantando mi brazo y señalando a quién sabe qué. Más bien, a lo que me había parecido un duende.

Se levanta de golpe, exaltada, y la tierra debajo de ella da un giro repentino, nunca se le había dado bien eso de levantarse de golpe, y menos aún bajo influencia de unas setas alucinógenas.
-¿Qué co-sa? - pregunta, hipando aún.
Hecha un vistazo en redondo a su alrededor y no encuentra nada allí, sólo más y más figuras deformadas y coloridas, apenas distinguia ya el árbol a su lado. Se tiró nuevamente al suelo, quizá demasiado fuerte, y el golpe que se dió en la cabeza realmente le dolió.

- Un, un, un, - no lograba dacir la palabra - un duende! - De algún modo las fuerzas me volvieron; me paré y me puse a seguirlo.
Definitivamente estaba teniendo visiones, o quizá no, ¿quién sabe? Pero eso, eso si que no me había pasado en la vida.

Todo se veía tan diferente desde allí abajo. Madison pasa corriendo por encima de ella, según oye, persiguiendo a un duende. Maldita sea, Madison había caído en aquella trampa.
- Espera! - exclama con las fuerzas que le quedan, realmente el dolor de cabeza la estaba matando.
Se levanta a duras penas, poniendose de pie lentamente. Sus huesudas rodillas parecían querer quebrarse en cualquier momento, Madison ya estaba desapareciendo de su vista, y el frío comenzaba a sentirse en las grandes porciones de piel que tenía al descubierto.

No corría, caminaba. Pero no quitaba se lo pierda de vista. Se escabullía entre los troncos & arbustos. Era pequeño, con el sombrero tan significativo de los duendes. Tenía una barba lo suficientemente larga para su tamaño, que debía ser menos de un metro.
Escuché que Brooks me gritaba algo, pero no pude entender qué y lo ignoré.
Me dispuse a seguir el fenómeno aquel, tropezándome con algunas ramas y piedras que yacían en el suelo; me cansaba muy rápido y estaba agitada.

Todo se veía acelerado a sus ojos, no sabía del todo si Madison estaba corriendo al pique o caminando con lentitud, no sabía si le decía algo, no sabía adónde se dirigía, es más: ya la había perdido de vista. No iba a seguirla, ya sabía cual sería la consecuencia de su acto: caería, agotada, en algún lugar, o quizá tropezaría, o se golpearía muy fuerte contra algún objeto, o quizá contra Madison misma. No, definitivamente no estaba en estado para correr. Y, aunque lo hubiese deseado con todas sus fuerzas, su piernas no se moverían: temblaba en ese momento como una hoja y no sentía la fuerza que solía tener en sus delgadas piernas. Se sentía realmente mla para emprender cualquier cosa, simplemente se dejó caer en el suelo y su cabeza contra un tronco, cansada. Volvió a golpearse en el mismo punto donde lo había hecho al acostarse, maldijo en voz alta.

Me paré en seco. Un dolor punzante atravezaba mi cabeza. Llevé una mano a mi frente y comencé a tambalearme de atrás hacia adelante, de adelante hacia atrás, dando pasos torpes para evitar caer. Todo se veía borroso, los colores y las formas se fucionaban, hasta que todo estuvo negro y caí al suelo. Tumbada allí me quedé. Claro, ¿dónde más iba a ir?

Ya se le había escapado la risa, recostada contra el árbol y con un dolor de cabeza insoportable lo que menos quería era reír. Madison ya no estaba por alli, no oía sus pasos y de ninguna manera la veía. Todo comenzaba a nublarse, veía algo a su alrededor, pero rodeado por una intensa niebla. Y, aunque no era aquello lo que quería en un principio, se puso de pie y comenzó a buscar a Madison casi a tientas. Una oleada de desesperación le recorrió el cuerpo, ella había sido la que le dió aquellas setas, ella sería la responsable por CUALQUIER cosa que le ocurriera en aquel estado en el que se encontraba. Comenzó a correr entre la niebla que le rodeaba, corría sin rumbo, pero sin voltearse a mirar hacia atrás: la vida le había enseñado a NUNCA mirar atrás. Su respiración se agitaba y sus ritmo cardíaco se aceleraba, tenía muchisimo frío pero, por sobre todas las cosas, tenía una fuente punzada en la cabeza que hacía que su cerebro retumbara. Se llevó una mano helada a la cabeza y se sujetó fuertemente el punto exacto donde sentía aquel dolor y un liquido tibio le empapó los dedos. Se llevó la mano a la altura de los ojos, aunque no era mucho lo que podía ver. En el segundo de distracción en que intentaba comprobar si era aquello lo que ella creía, perdió el control de sus pies y tropezo con lo primero que se atravesó en su camino. Cayó boca abajo al piso, recostada sobre algo aparentemente de su mismo tamaño, y allí se quedó, rendida.

Estaba conciente. Escuchaba pasos y jadeos, pero todos mis otros sentidos estaban completamente anulados. Por un momento una desesperación se apoderó de mi. Horrible era escuchar y no poder moverse por voluntad propia, ni siquiera sentir el frío que allí había.
Me limité a tranquilizarme, pero en ese momento un agudo silvido hacía doler mis tímpanos y yo, ni siquiera podía quejarme.

Una fina gota rodó por su mejilla hasta llegar a su boca y sintió entonces aquel intenso sabor a óxido. Si, aquello era sangre, y sabía muy bien de donde provenía. Se llevó la mano izquierda a la coronilla, si bien era ambidiestra, las cosas a ciegas solían salirle mejor con la "zurda". Murmuró alguna que otra palabra y dejó por algunos momentos su mano en el lugar de la herida, la cual no tardó en cicatrizar hasta convertirse tan solo en un recuerdo.
Parpadeó con fuerza algunas veces y se puso nuevamente de pié. Juntando las energías y el aire que le quedaban, respiro hondo y llamó
- Madison.
Dondequiera que se encontrase, tendría que responderle para acabar con aquello y volver a hacer lo que antes, que a Raissa le encantaba: nada.

La escuchaba, se notaba que estaba a unos metros de mí pero, claro, en ese momento yo solo era un bulto molesto en el piso. El silvido en mis oídos tardaba en extinguirse, pero por lo menos no empeoraba.
No estaba conciente del tiempo que pasaba, podrían haber sido tan solo unos minutos, como dos horas, o quizá más.
Solo esperaba que a Brooks no le pasara lo mismo que a mí, o quizá peor.

Da un par de pasos torpes hasta el árbol ás cercano y dirige la vista al cielo. Se había cansado, había llegado al punto máximo del efecto que solían provocarle aquellas setas: estaba agotada. Era una persona fuerte, o quizá estaba muy acostumbrada ya, pero nunca terminaba de perder la consciencia, sólo llegaba al punto de rendición por falta de oxigeno y, una vez que decidía detenerlo, lo detenía. Estaba acostumbrada a obtener lo que quería, quizá por ser una niña caprichosa, quizá por saber luchar por lo que quiere, Al fin de cuentas, acababa siendo lo mismo: con un poco más o menos de esfuerzo siempre obtenía lo que se proponía. Y en ese momento se propuso detenr aquello y no tardó en conseguirlo.
La luna sobre su cabeza estaba quieta ya, todo recuperaba sus colores y formas normales, la niebla comenzaba a disiparse por donde había llegado. Exhala un largo suspiro y se despereza. Sacude la cabeza unos momentos, el pitído en los oídos desaparecía, ni siquiera tenía registros de cuándo había comenzado. Comienza a caminar, no sabía muy bien hacia adónde, sólo se dirigía adonde le parecía conveniente, solía resultar.

Era una sensación muy rara, pero a la vez la disfrutaba. Quizá era una de las pocas personas que disfrutan el placer de la locura, que solo éstos (los locos o en casos dementes, que son iguales), conocen.
Estube allí tirada un buen rato, de modo que al cabo de, creo yo, unos quince minutos no escuché casi nada más aparte del silvido que no cesaba. Ya me había acostumbrado a él.
Apenas pude abrir lo ojos. Todavía se veía borroso, pero era mejor que nada. El cuerpo me dolía, sobre todo la espalda, pero no tenía fuerzas para moverme.

Aguzando sus sentidos, percibía que no estaba muy en lo profundo del bosque. Entorna la vista hacia un punto fijo a su derecha y nota motitas de luz entre los árboles. Si, hacia allí estaba el colegio. Dirigió su vista al piso, pensativa: ¿Dónde estaría Madison? No muy lejos de allí, seguramente, entre el viento del bosque y el movimiento de las hojas secas, podía oirse un constante jadeo de fondo. Mirando de reojo al instituto, casi con melancolía, se volteo y comenzo a caminar hacia lo profundo del bosque. No tardó en toparse con algo en el piso que tenía toda la forma de ser humano. Se agachó a su lado.

-¿Madison? - preguntó.

- Eso creo - contesté con una voz algo ronca y muy bajo.
Apenas pude divisar su rostro.
Sopló un viento que movió la copa de los árboles que, en ese momento, era lo único que tenía sobre mi cabeza.
Me levanté recuperando fuerzas, quedando a suficiente altura para ver a Brooks cara a cara. Tosí un poco, el pecho comenzaba a dolerme levemente.

Cierra los ojos, aliviada, y suspira. Anotate otro Brooks. Siempre consigue lo que quiere, absolutamente siempre. Se había propuesto encontrar a Madison y acabar con aquella estupidez, y lo había logrado. No estupidez por haber sido una locura, había locuras realmente fenomenales, estupidez por no haber tenido sentido, rumbo, gracia. Aunque, pensandolo mejor, había sido un tanto divertido, confuso.

-¿Y qué pasó?¿Encontraste al duende y su caldero de oro? - preguntó en tono algo burlón, infantil.

Estaba ya en completo estado de consciencia, mayor de lo acostumbrado quizá, realmente necesitaba una cerveza.

Reí a su pregunta sin contestarle. Terminé por pararme de un brinco.
Esa mierda que Brooks me había dado, era realmente fabulosa. Nunca había probado nada así antes y no dudaría en volver a hacerlo, si la oportunidad se daba.
- ¿Tú cómo estás? - Preguntó aún sonriendo y extendiendo la mano para ayudarla a pararse.

Da una mirada a su alrededor, abarcandolo todo, y vuelve a mirar a Madison.

- Perfectamente - dice, esbozando una sonrisita infantil -. La pregunta es: ¿Tú cómo estás?

- Perfectamente - contesta - Mejor nos vamos de aquí, ¿verdad?
En realidad no sabía a dónde dirigirme. Pero confiaba en que ella sepa.

Se queda, pensativa. Aquel bosque era la calma pura, siempre lo había sido, más allá de pequeñas escenas como la que acababa de ocurrir, pero, dentro de todo, era uno de los lugares más calmos que conocía. Aunque, pensándolo bien, calma era lo que menos necesitaba en ese momento. No estaba del todo de buen humor, no tenía paciencia suficiente para quedarse allí, recostada, mirando árboles y estrellas. Aburriéndose.
- Mejor vamos a algún lado - murmura, perdida aún en sus pensamientos, mirando algún punto delante suyo sin ver en realidad -, ¿Un bar? - murmura, necesitaba casi tanto una buena bebida como el propio aire.

- No lo veo nada mal - conesté con un poco más de ánimos. Miré hacia mi alrededor, pero ya había olvidado de donde había venido. Mucho menos sabía dónde había un bar.
- ¿Hacia dónde? - pregunté.

Cierra los ojos un minuto, haciendo memoria, poniendo toda su concentración en recordar dónde había visto luces hacía apenas unos minutos. Vuelve a abrir los ojos bruscamente y sonríe, girando a su derecha.
- Hacia allí - dice, apuntando con el dedo índice una zona del bosque que no se veía muy diferente a las demás. Comienza a caminar sin dejarle mucho tiempo a Madison parta oponerse, un tanto enérgica a decir verdad.